La curiosa historia de los sellos de caucho
Puede parecer una frivolidad que escribamos en Homo homini sacra res sobre los sellos de caucho, pero el caso es que tienen su interés porque son la punta del iceberg de uno de los productos más utilizados en la sociedad de hoy junto con el plástico, los metales o la madera.
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Descubrimiento y qué es el caucho
Su origen se encuentra en Sudamérica donde, desde hace siglos, los indígenas han recolectado la «savia» de varias plantas de la especie euforbiáceas (dentro de género Hevea) para obtener látex o, en nomenclatura científica: un polímero elástico. Con este producto, que las culturas latinomericanas llamaban cautchouc (árbol que llora), durante unos cientos de años fue utilizado por las culturas meso y sudamericanas para fabricar utensilios de cocina, suelas de zapatos rudimentarias, acolchados para todo tipo de productos y hasta pelotas para practicar deporte, por lo que, igual, eso de que los británicos inventaron el fútbol podría ser puesto en duda.
El caso es que cuando, primero los españoles y portugueses, y luego franceses e ingleses importaron esta sabia de Iberoamérica, empezó a manufacturarse este producto de forma masiva hasta constituir, junto con el plástico, la madera, o los metales, uno de los materiales más comunes en nuestra vida diaria.
Los españoles fueron los primeros en importar este producto a Europa y darle un uso práctico: crearon las primeras gomas de borrar, porque goma y caucho son dos nombres para un mismo material. Descubrieron los españoles que los escritos a lápiz podían ser borrados parcial o totalmente aplicando el «polímero elástico» sobre las palabras escritas con carboncillo.
Finalmente, en el siglo XVIII, el científico galo Charles de La Condamine realizó una investigación en la que descubrió el compuesto químico del caucho natural, es decir, las «Cadenas de Hidrocarburo«. Este descubrimiento supuso un avance trascendental para la sociedad de hoy, ya que si se conoce el elemento químico esencial de un material, éste se puede desarrollar de forma totalmente artificial, o lo que es lo mismo, se pudo crear el caucho sintético y, consecuentemente, las miles de aplicaciones que conocemos hoy.
Además de este evento histórico, en la historia del caucho y de la goma, hay otra fecha de enorme importancia: el día en el que a Charles Goodyear, un norteamericano de Boston y dedicado a los inventos, por descuido, se le cayó una mezcla de caucho y azufre que tenía en las manos sobre una estufa y, sin quererlo, provocó el conocido proceso de vulcanización, o lo que es lo mismo, inmunizar el caucho al contacto con otros elementos. Este avance casual -en la categoría del descubrimiento de la Ley de la Gravedad de Newton- introdujo al caucho en la Era Industrial.
A partir de aquí, gracias al dominio de «alma química» del caucho o la goma, las aplicaciones que se le han dado a este material son infinitas. O si no, echemos un vistazo a los diferentes usos que a ese elemento esencial como es la sabia de las euforbiáceas se le ha dado.
Sus aplicaciones
¿Qué tienen en común un neumático, un abrigo impermeable, una goma de borrar o un sello de caucho? Bueno, que además de que cada uno de estos artículos tiene su utilidad, todos son impermeables, aislantes, elásticos a más no poder y resistentes a los ácidos. Y entre estos productos, por supuesto, se encuentra el sello de caucho que ha sustituido casi en su totalidad a las distintas formas de rubricar cualquier documento. Fue en 1866, de la mano de JFW Dorman y su esposa, cuando se creó uno de los primeros sellos de caucho moderno. Lo crearon casi en la clandestinidad, lo cual no es extraño al intuir la importancia que iba a cobrar a lo largo de Edad Contemporánea. Pese a la discreción, el sello de caucho o goma acabó entrando en el circuito empresarial y para el año 1892, sólo en Estados Unidos, el número de empresas fabricantes de sellos de caucho alcanzó el número de cuatro mil.
Al día de hoy, los sellos de caucho son parte del mobiliario de cualquier empresa (junto a sus inseparables almohadillas) y pululan por doquier en millones y millones de superficies como el papel, la madera o el metal.