Karl Marx, quien falleció en 1883, no vio la aplicación de su teoría política y socio-económica en ningún estado, aunque sí tuvo tiempo de conocer la creación del primer Partido Socialista, el que fundara en 1879 Pablo Iglesias, en España. No obstante, la comunicación entre el autor del Manifiesto Comunista e Iglesias no se produjo. Sí ocurrió entre Pablo Iglesias y Friedrich Engels, aunque de aquellas comunicaciones no se deriva que el socialista español estuviera al 100% de acuerdo con el ideario marxista-engeliano; ni tampoco que el propio Engels, en sus últimos años, apoyara la “dictadura del proletariado” para consumar la revolución socialista, sino que la vía más adecuada era la del Sufragio Universal.
Robert Owen
En cualquier caso, el pensamiento socialista, hay que recordar, no comienza con Marx. En el siglo XVIII, durante el periodo conocido como de la Ilustración, y más concretamente en la Revolución Francesa, François-Noël Babeuf ya propuso un estado comunista en el cual la propiedad privada estaba prohibida. A aquella revolución se la llamó la Conspiración de los iguales, movimiento al que se conoce como babuvismo y que fue reprimido de forma severa.
Unos años más tarde, en 1834, el empresario galés Robert Owen y padre del cooperativismo, utilizó por primera vez el término “socialismo”. Unos años antes, en 1825, a semejanza de la experiencia que había puesto en práctica en New Lanark (Escocia), llevó a cabo sus ideas socialistas en unas colonias a las que llamó New Harmony, donde congregó a miles de personas para probar una vida en comunidad en base al cooperativismo y el socialismo.
Además de los pensadores y activistas mencionados, hubo otros como Pierre-Joseph Proudhon que, en algún momento de la vida de Marx, ejercieron influencia en el pensador alemán.
Pese a todos los antecedentes en torno al pensamiento socialista, hay que reconocer que han sido Marx y Engels los politólogos que realmente desarrollaron de forma sólida e integral el socialismo, trabajos que dieron origen a todo un paradigma social que ha generado una serie de corrientes aún presentes en la política actual.
1889-1914: socialismo clásico y primeras corrientes
Lo que, a mi juicio, debería y podría figurar en el programa es la reivindicación de la concentración de todo el poder político en manos de la representación del pueblo. Y eso sería, por el momento, suficiente, ya que no se puede ir más allá. Friedrich Engels. Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891.
A finales del siglo XIX, se producen cambios en las expectativas de la aplicación del socialismo teórico. Una de ellas, de la mano del propio Engels, medio siglo después de la publicación del Manifiesta Comunista, quien reconoció que la praxis del socialismo no tenía en la vía revolucionaria y la insurrección su camino. Muy al contrario, debería transitar por la vía democrática y el Sufragio Universal.
La vía socialdemócrata se oponía a otra gran corriente: la teoría instrumentalista-extincionista del Estado (que aplicaría Lenin) y que se forjó en el debate que mantuvieron Bakunin (Anarquismo) y Marx en su intento de acabar de forma revolucionaria con el capitalismo y extinguir el estado sustituyéndolo por la Dictadura del Proletariado o Popular.
Tras la muerte de Marx y Engels, y todavía dentro del periodo clásico del socialismo (1889, Segunda Internacional-1914, comienzo de la Primera Guerra Mundial), y más concretamente en el seno de la corriente socialdemócrata, aparecen tres figuras que protagonizan el socialismo alemán:
Eduard Bernstein (1850-1932). Abogó por la vía pacifista y defendió la creación de un partido democrático, reformista en lo social y heredero o continuador del legado del liberalismo.
Karl Kautsky (1854-1938). Propuso establecer distancias con el liberalismo y defendió un partido proletario de masas y vinculado a los sindicatos con el fin de unir fuerzas para transformar de forma radical (de raíz) la sociedad burgesa.
Rosa Luxemburg (1871-1919). Teoría judía del marxismo, se opuso al apoyo de la socialdemocracia a participar en la Primera Guerra Mundial al considerar la contienda un enfrentamiento entre imperialismos. Lideró la Liga Espartaquista, germen del Partido Comunista Alemán. Participó en la Revolución de 1919 en Berlín y, tras su fracaso, fue encarcelada, torturada y ejecutada por los freikorps o grupos paramilitares al servicio del estado.
Durante la época clásica del socialismo, éste, además de centrarse en la defensa de los derechos de los trabajadores, también se ocupó del debate sobre otros temas y cómo posicionarse ante ellos:
Se produjo un gran debate sobre la definición del Estado: monarquía o república.
Además de cómo vertebrar una nación: centralismo o federalismo.
Reflexión sobre cuál es el papel del Estado frente a la religión, donde el socialismo aboga por el laicismo.
La intervención o no en conflictos internacionales y la propia difusión del socialismo en el mundo.
También, en la época clásica, hay que destacar el socialismo español y a Pablo Iglesias que funda el primer partido socialista del mundo en 1879. Aunque sus aspiraciones no eran tan ambiciosas como las de sus colegas centroeuropeos, la orientación del partido se afilió con las posiciones de Kautsky y buscó un partido socialista que no se contaminara de otras posiciones. Para ello, proponía:
Tomar distancia de la alternancia de liberales y conservadores en la Restauración.
Distanciarse de los republicanos y los anarquistas, ya que estos últimos rechazaban tomar partido a nivel político.
Mientras que el socialismo europeo va evolucionando, en España, el inicio de la dialéctica entre socialismo y otras ideologías o posiciones políticas se demorará hasta 1939.
El socialismo en el periodo de entreguerras
El inicio de la Primera Guerra Mundial hace que las posiciones de Bernstein y su ideal de socialismo pacífico se desmoronen.
Por un lado, la consigna de la Internacional Socialista a no participar en el conflicto bélico no encuentra respuesta ya que el grueso del proletariado, a nivel mundial, fue a la guerra.
Durante la Gran Guerra, en 1917, se produce una revolución marxista en lugar inesperado: Rusia.
Además, para perjuicio de la corriente pacifista de Bernstein, Lenin retoma la teoría del Estado instrumentalista-extincionista, la cual pretende disolver el estado burgués dirigido por la clase dominante y sustituirlo por una dictadura del proletariado. La Revolución Rusa provoca se que reorganice la Internacional Socialista:
Los bolcheviques o rojos (frente a los mencheviques o blancos) abogan por la creación de un partido revolucionario que opere como organización militar.
Se crea la Internacional Comunista, que divide al socialismo mundial.
La dialéctica entre socialismo democrático e insurrección y dictadura del proletariado cambió el debate anterior entre Marx y Bakunin.
Es socialismo, a raíz de la Revolución Rusa, se enfrentó a dos nuevas realidades que no se habían previsto:
Tras la Revolución Rusa, se produjo una degeneración del poder político. Con Lenin, pero sobre todo en el Gulag de Stalin, se tomaron acciones antidemocráticas como:
Desaparición de los partidos políticos.
Dura represión interna.
Disolución de la asamblea constituyente.
Los teóricos del marxismo como Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo y León Trotsky denunciaron esta degeneración burocrática considerándola una revolución traicionada. Esas críticas llevaron a Trotsky a ser asesinado por el agente secreto al servicio de Stalin, el español Ramón Mercader.
El socialismo se encontró con la dificultad de llevar la revolución más allá de Rusia.
Por un lado, Europa se reaccionó con la aparición de otros totalitarismos: el nazismo en Alemania, el fascismo en Italia o la dictadura conservadora de Primo de Rivera en España.
La democracia liberal en los países llamados occidentales entró en crisis.
El hecho de que la monarquía española amparara la dictadura de Primo de Rivera hizo aumentar los detractores al régimen monárquico, lo que desembocó en 1931, en la proclamación de la Segunda República con el promotor Manuel Azaña y que no apostaba por la vía del socialismo ruso.
La Segunda República española
Manuel Azaña
En España, en 1931, los socialistas, por iniciativa de Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos y con el apoyo de la UGT, se posicionaron junto a los republicanos, pese a que a Alejandro Lerroux (fundador del Partido Republicano Radical) la idea no le convenciera mucho.
Además, los socialistas españoles tuvieron también en frente a los comunistas que, tras el apoyo de la Unión Soviética, ganaron en afiliados. Por otro lado, los anarquistas también tenían mucho poder y presencia en la sociedad.
Durante la Segunda República, el Partido Socialista tuvo que afrontar el debate y definirse en cuestiones que España aún tenía pendientes. A saber:
Cuestión religiosa y laicidad. Donde se mostraron favorables al laicismo.
Presencia del ejército en el gobierno.
Organización territorial en España, mostrándose en contra de la cuestión catalana.
Reforma educativa y apoyo a la educación pública.
Reforma agraria.
José María Gil Robles
El posicionamiento contra la cuestión catalana fue motivo de enfado para los anarquistas que catalogaron a los socialistas de un partido burgués más.
En los dos primeros años de la república, la oposición a la coalición republicano-socialista tuvo en el movimiento católico-reaccionario de Gil Robles a su principal valedor. Los conservadores triunfaron en 1934 y la CEDA ocupó el gobierno. Los socialistas, que temían una deriva hacia la extrema derecha como la que se produjo en Austria y Alemania en 1933 (ascenso del nazismo) organizaron una huelga revolucionaria que fracasó en casi todo el estado excepto en Barcelona y Asturias. En esta última región, la represión fue brutal y se encarcelaron a muchos participantes.
La represión y el encarcelamiento continuó durante dos años más bajo el gobierno conservador, lo que forzó una nueva alianza entre fuerzas de izquierda a la que se unieron los anarquistas: el Frente Popular, que triunfó en las elecciones de 1936 y que desembocó en el fallido golpe de estado en julio de ese año que inició la Guerra Civil Española.
Solo los comunistas consiguieron el apoyo de Rusia, mientras que las democracias liberales de Francia e Inglaterra se mantuvieron al margen para no provocar un segundo enfrentamiento europeo con Hitler, quien sí apoyo, junto a Mussolini, a las tropas de Franco para sellar el futuro de España, de su evolución democrática y del socialismo español.
El socialismo en la época dorada
Franco y Dwight Eisenhower en 1959
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, España, a causa de los imperativos de la misma, frenó su proceso de democratización que otros países europeos (como la propia Alemania) ya habían comenzado. Esta ralentización de España para conseguir la democracia fue consentida por los Estados Unidos, país que vio en el régimen de Franco un aliado perfecto en su lucha contra el comunismo. Esta situación fue la responsable de dos consecuencias sociopolíticas para España:
España fue apartada del consenso internacional de posguerra que buscó y consolidó el conocido Estado del bienestar.
A raíz de esto, históricamente, ha resultado muy complejo abordar y conseguir un consenso democrático sobre la historia de España. Prueba de ello es el constante e irresoluble debate sobre la recuperación de la memoria histórica.
Dejando a un lado el caso español, tras dos guerras mundiales, la crisis de la socialdemocracia clásica, la emergencia del nazismo y la fractura del movimiento obrero con la creación de la Internacional Comunista, el socialismo democrático –en cualquiera de sus corrientes– se opuso tanto al estalinismo como al imperialismo norteamericano.
Para conseguirlo, a nivel internacional, fue clave la unión entre sindicatos y partidos socialistas –la estrategia elegida por Pablo Iglesias y Kautsky–, que diferenció de hecho a este socialismo del bolchevismo y del socialismo democrático clásico o socialdemocracia. Esa estrategia se basó en:
Desarrollar un partido de masas como sociedad propia, alternativa a la burguesía y basada en dos supuestos:
El hecho de que no existía (en la sociedad burguesa) un estado del bienestar que universalizara la educación.
De lo que se infería que se necesitaba entonces formar a los obreros (a través de las Casas del Pueblo y los Ateneos Libertarios), y aprovecharlos también para la formación política.
Se esperaba el momento de una transformación social definitiva. Entre tanto, el sindicato defendía los derechos de los trabajadores y ejecutaba reformas puntuales, mientras que el partido trascendía hacia un horizonte de una sociedad distinta, posición algo utópica.
Por otro lado, en los países donde prosperaba el Estado de bienestar, éste va transformando la sociedad, en la cual las viejas fronteras de clases van desapareciendo o moderándose. Esto también provoca cambios en el socialismo.
Se produce en el socialismo democrático una diferenciación entre la función sindical y la política.
Los partidos cambian de estrategia y se convierten en una máquina electoral interclasista, lo que transforma a su vez el ideario político y el lenguaje.
El congreso de 1959 de la socialdemocracia alemana encarnó esta transformación en el llamado Programa de Bad Godesberg del Partido Socialista Alemán (SPD): el nuevo socialismo no solo se inspiraba en el marxismo, sino también en el humanismo ilustrado y el pensamiento cristiano favorable a la justicia social.
El socialismo se volvió entonces más realista y buscó la eficiencia económica, la cohesión social, planificación estatal, iniciativa empresarial, mercado al servicio de la sociedad y redistribución de la riqueza.
Olof Palme
El socialismo de la “época dorada” es un socialismo pragmático, realista, capaz de gobernar, que no espera al futuro sino que construye el presente. Destacan figuras como W. Brandt, Olof Palme y B. Kreysky (el liderazgo cobra mayor importancia), quienes apuestan por personalizar el mensaje para captar votos de distintos sectores sociales (incluida la clase media) o combinar el voto dirigido a sectores dinámicos del mundo empresarial y a sectores organizados de la clase trabajadora (P. Glotz).
Con el paso de los años, el Estado del bienestar no solo suavizó la diferencia de clases, sino que integró a la clase trabajadora a través del consumo de masas en una estructura industrial Fordista. Ese proceso tuvo las siguientes características:
Hubo un cambio del paradigma socioeconómico que provocó que los obreros (hombres) solidarios de los sectores industrial y metalurgia, y que contaban con un gran poder para la negociación sindical, lo perdieran en favor de acuerdos corporativos.
Al mismo tiempo, el Estado de bienestar que venía desarrollándose desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ocupado principalmente en el crecimiento económico, entra en crisis al no atender cuestiones ecológicas, belicistas, nuevas formas de alienación y la situación del Tercer Mundo. El socialismo de aquella época se volvió eurocentrista, productivista, pronorteamericano y con tantas similitudes con la derecha y el neorliberalismo que provocó la aparición de nuevos movimientos de izquierda que asumieron las protestas estudiantiles de 1968.
Norberto Bobbio
Entonces, la socialdemocracia del Estado del Bienestar empezó a ser superada por un nuevo movimiento socialista llamado Socialismo autogestionario y promocionado por los partidos socialistas más alejados de las cúpulas del poder como el socialismo español y el francés. Este nuevo socialismo se basaba en una serie de principios:
La estrategia de autogestión buscaba autoorganizar a la clase obrera para extender la democracia más allá de la fábrica.
A raíz de una crisis de identidad en el socialismo occidental (no era el bloque soviético) y su alejamiento de la realidad, se propuso ir más allá de la socialdemocracia.
Es así, que a partir de 1970 resurge una nueva interpretación de la teoría marxista del estado de manos del filósofo, jurista y político italiano Norberto Bobbio, quien propuso desarrollar una tercera vía como equilibrio entre los males del socialismo real y las limitaciones de la socialdemocracia. Ese socialismo apostaría por la democracia representativa en una época llamada del escepticismo y que alcanza la época actual.
El socialismo tras la caída del muro de Berlín
El movimiento comunista que iniciara Lenin en 1917 tuvo su fin en 1989, y con él, el final del Pacto de Varsovia y la desaparición de la Unión Soviética. En términos políticos, esto supuso también el final del siglo XX. Todos estos acontecimientos iban a marcar el presente y el futuro del socialismo.
Este nuevo socialismo, como ocurriera desde su propia fundación, va a contar con tres corrientes o formas de interpretar la realidad, las cuales constituyen la acción política de la izquierda en general:
Socialdemocracia liberal. Esta visión es optimista en cuanto a la visión de la sociedad, pero evanescente y considera que la caída del Muro también constata que el estado de bienestar de Keynes no es sostenible por las siguientes razones:
La política social deseada se ve mermada por la fatiga fiscal de las clases medias, una demanda de mayor calidad en los servicios públicos y la hegemonía de una cultura consumista.
El consumismo y los restos de la globalización hacen que las mayorías electorales dejen de ocuparse del igualitarismo y la solidaridad.
Todo ello provoca el debate sobre distintos valores donde la flexibilidad laboral, la inseguridad, la improvisación y el relativismo propios del liberalismo hacen que el socialismo se vea como la gran filosofía caduca con la sociedad.
Socialismo de izquierda. A diferencia de la socialdemocracia liberal, este socialismo de izquierda es más realista y pesimista:
Alerta de que los beneficios de la globalización no están generalizados a toda la sociedad y apuestan por una globalización alternativa.
Se reconoce que las propuestas y fórmulas del Estado social solo funcionan en la Europa occidental, por lo que es necesario promover un internacionalismo nuevo («otro mundo es posible») donde la solidaridad sea transnacional y no eurocentrista.
Esa globalización alternativa debe basarse en un discurso y acción desde una posmodernidad de izquierdas que incluya en sus postulados la cuestión ecológica, la diversidad cultural, nuevas formas de inclusión social y los llamados movimientos antiglobalización.
Socialdemocracia keynesiana. Su orientación es hacia la tradición socialdemócrata.
Este socialismo no hace una crítica del Estado de bienestar desde posiciones neoliberales (nuevo yuppies) ni desde el socialismo libertario (activistas radicales).
Tampoco se vincula ni a ONG’s ni a intermediarios del capitalismo financiero. Prefiere realizar su acción social vinculado al movimiento obrero organizado y recursos del Estado social como la educación gratuita y pública y la sanidad universal.
Encuentra dificultades para mantener su electorado alejado de la persuasión del capitalismo más populista.
Se aferra a sus pilares tradicionales buscando al mismo tiempo el acercamiento e inclusión de colectivos de inmigrantes.
Jungen Habermas
Las nuevas propuestas del socialismo después de la caída del muro han tenido en politólogos, pensadores y periodistas como Miliband, Bobbio, Habermas, Guiddens, Touraine y Ramonet a sus grandes baluartes
Toda esta reflexión ha provocado la aplicación de nuevas fórmulas políticas y cambios de estrategia.
Los partidos socialistas se han alejado un poco más del sindicalismo cuyo objetivo ahora es atender a los trabajadores en general, sin considerar a qué ideologías pertenecen.
Desaparece al utopía del trabajo (fórmula clásica del socialismo) y se asume que la superación de la alienación no acaba de encauzarse, por lo que se acepta que lo mejor que se puede hacer es disminuir los efectos de la explotación laboral.
A raíz de la imposibilidad de acabar con la alienación en el trabajo, solo cabe encontrar esa liberación fuera de él con medidas defensivas como: garantizar derechos laborales y sociales, servicios públicos y gratuitos, redistribución de la riqueza, asegurar las pensiones y el disfrute de vacaciones y ocio no alienante… o lo que es lo mismo: reformar para humanizar y dulcificar el capitalismo.
El socialismo actual
El actual escenario socioeconómico y político para el socialismo es muy distinto al de la crisis humana del 14, el ascenso del fascismo en el 33, la época dorada del 45, la generación del 68, de la caída del Muro y el comunismo y la contrarrevolución conservadora del 89.
Por ello, tras el año 2001 y el atentado contra las Torres Gemelas, a la defensa del Estado social era preciso unir también la defensa de la sociedad laica y heredera de la Ilustración en contraposición a los distintos fundamentalismos que empezaron a sembrar la violencia por medio mundo.
Por otro lado, en Francia surgieron otros debates sobre los derechos económicos-sociales que se inferían de la Constitución europea en 2005 y tras las elecciones legislativas de Francia en 2007. Este debate planteaba varias cuestiones, algunas grandes problemas de la izquierda:
¿Es posible mantener el Estado social?
¿Pueden reducirse las jornadas laborales?
¿Puede Europa ser autónoma en el escenario internacional?
¿Cómo aunar las demandas de la clase media con las segundas generaciones de inmigrantes que cuestionan los valores de laicidad y la República?
También en Francia, la derrota de Ségolène Royal a manos del liberalismo conservador se derivó de un esfuerzo del neoliberalismo por acabar con el espíritu del 68 y promover una nueva forma de hacer política basada en las siguientes bases:
Recuperar la cultura del esfuerzo y buscar la reconciliación con la administración norteamericana.
Al mismo tiempo, el liberalismo conservador también ha querido aprovechar el momento para deshacer la excepción francesa socialista basada en una economía intervenida, unos sindicatos potentes y unos derechos de los trabajadores consolidados.
En el caso de España, la situación ha sido distinta a la de Francia al no contar con una tradición nacional (las dos Españas) compartida además de otros aspectos:
Al no desconectar del fascismo o la dictadura y desarrollarse en democracia (como los demás países de la Europa occidental) el socialismo español se vio contaminado con los problemas que Pablo Iglesias consideraba secundarios.
La frágil y tensa transición española obligó al socialismo, como sufriera la Segunda República, a renunciar a parte de su ideario a favor de la burguesía liberal.
Cuando en el siglo XXI, el socialismo en general quiso matizar cuestiones sobre un consenso constitucional, se encontró con que no había una memoria compartida de la propia historia del país.
Esto no ocurre en Francia, Italia y Alemania, donde todos los partidos constitucionales comparten la visión totalitaria del fascismo y el nazismo.
España ha logrado aunar a la mayoría de la sociedad en los valores liberal-democráticos pero no en una lectura homogénea de su historia.
La derecha conservadora encuentra el primer antecedente democrático en la Restauración del siglo XIX.
Para la izquierda, ese antecedente es de la Segunda República.
Para finalizar, decir que el socialismo democrático actual aún tiene que encontrar el equilibrio entre mantener los pilares fundamentales de su ideario y poder enfrentarse a problemas secundarios de los nuevos tiempos. Esa búsqueda de equilibrio provoca que el socialismo deba reinterpretarse para poder ser creíble como proyecto político.
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