La problemática social de la mujer en Latinoamérica
La problemática social de la mujer en los distintos países de Latinoamérica no solo es común a esta región. Según la ONU, el 35% de las mujeres del mundo ha sufrido algún tipo de violencia física o sexual, además de la violencia psicológica y discriminación por género que es mucho más difícil de detectar.
Este maltrato, en la mayoría de los casos, se basa en una mirada antropológica que coloca al hombre por encima de la mujer en todas sus dimensiones y que tiene su origen en los principales pensadores de la humanidad. Desde Pitágoras o Aristóteles hasta Santo Tomás de Aquino y el propio humanista Erasmo de Rotterdam ya dejaron escrito negro sobre blanco su opinión negativa sobre la mujer. Fueron fecundos y precisos para iluminarnos sobre metafísica, matemáticas, espiritualidad o derechos individuales, pero no supieron ver más allá de la sociedad de su tiempo al valorar a la mujer.
Con estos antecedentes –hablamos de personajes que han modelado la sociedad tal y como la conocemos– no es de extrañar que la situación actual de la mujer sea tan precaria. En el caso de Latinoamérica, pasamos a destacar algunos datos que corroboran esta afirmación.
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Discriminación física y psicológica contra la mujer
Según el portal web especializado en la problemática social de la mujer en Latinoamérica latinwomen, los tipos más graves de violencia que sufre la mujer latinoamericana van desde la violación en las calles, rapto y violación, prostitución obligada y, dato terrible, abuso sexual en la pareja. La imagen de la izquierda muestra el tanto por ciento de mujeres que han experimentado violencia sexual por parte de su pareja al menos una vez en la vida.
Como hemos dicho anteriormente, la violencia de género no es algo localizado en Latinoamérica, pero afecta especialmente a los sustratos de la sociedad más pobres. Esto nos lleva a analizar el tema de situación laboral de la mujer en Latinoamérica.
Discriminación laboral como fuente del problema
Sin duda, todos los países del mundo padecen este problema: las mujeres están entre un 15 y un 20% peor pagadas que los hombres por desarrollar un mismo trabajo. Además, los puestos de dirección o responsabilidad que pueden provocar que cambien las cosas en instituciones públicas o privadas están reservadas, en su mayoría, a hombres. Aunque desde 1995, se ha incrementado la presencia de la mujer en puestos de responsabilidad en un 20%, las diferencias aún son abismales. Un ejemplo es la carencia de mujeres en puestos ejecutivos de bancos centrales en países como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile o México durante el año 2014 (Fuente CEPALSTAT).

Si seguimos ahondando más en las estadísticas, encontramos que la relación ingresos y pobreza sigue afectando a la mujer. De nuevo, de media en Latinoamérica, en el año 2014 –última muestra de datos– entre del 30% y el 60% de la población femenina entre 24 y 59 años no contaba con ninguna fuente de ingresos, lo que deriva en una importante dependencia al cónyuge.
Hay que decir, no obstante, que desde 1989, año en el comienzan a publicarse este tipo de encuestas, la pobreza de género se ha reducido a la mitad.
Razones para la esperanza: denuncia e independencia económica
Además del descenso de la pobreza de género, también es cierto que la violencia contra la mujer se ha reducido en un 5% en los últimos cinco años. Un denominador común para esa mejora en ambos aspectos es la mayor independencia económica de las mujeres latinoamericanas, mientras que la reducción de la violencia se debe a un aumento de las denuncias.
No obstante, todavía queda mucho por hacer, ya que las estadísticas también arrojan datos escalofriantes: un 50% de las mujeres que sufren algún tipo de violencia no lo denuncian. Además, el descenso de la pobreza de género no está del todo afianzado y cualquier crisis socioeconómica va a afectar mucho más a las mujeres que a los hombres.
Todos los organismos internacionales tienen claro el camino a seguir: más independencia económica para las mujeres, protección ante los abusos y educación para las nuevas generaciones. No obstante, la voluntad de las propias mujeres por cambiar esa situación debe ir acompañada de nuevas leyes que den cobertura a esas aspiraciones.
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